Hace dos semanas corrían ríos de
tinta tras la dimisión del Presidente del F.C. Barcelona Sandro Rosell, tras la
transferencia de Neymar una de las más comentadas de las últimas décadas con
cifras y cláusulas hasta aquel momento desconocidas, y una denuncia por parte de
un socio que llevó a Sandro Rosell a estar imputado, el hasta aquel momento
presidente decidió dejar su mandato presentando su dimisión irrevocable. En
este post no pretendo entrar en tal
fichaje, ni en el proceso jurídico abierto, simplemente por una cuestión muy
clara, no me parece realmente relevante en mi vida diaria. Lo que sí quiero
sustraer de aquí es el acto de la dimisión, una acción muy poco practicada por
políticos, aunque no por faltas de suplicas de los ciudadanos. Existiendo este
reclamo popular para que altos cargos presenten su dimisión, me ha extrañado
las suposiciones populares que se le han atribuido a que lo haya hecho Rosell, conjeturando
que <<si dimite es porque algo habrá hecho, o algo tendrá que esconder>>,
quizás este voz populi se deba al
carácter intrínseco que tenemos todos los ciudadanos de este país de grandes
opinadores indiferentemente de la materia que se trate, ya que en el caso de
que no lo hubiera hecho también tendríamos juicio de valor diciendo <<que
se agarra al cargo>>.
El acto de dimitir es quizás la
culminación de la asunción de responsabilidad en un puesto, y aquí radica uno
de los grandes problemas como sociedad que tiene este país, en el “ADN” de los
españoles podemos encontrar grande virtudes pero la responsabilidad individual
no es una de ellas, tenemos poco interiorizadas nuestras funciones como
ciudadanos pero sobretodo a nivel profesional, así que a la mínima de turno
intentamos escurrir el bulto hacia el de al lado (por supuesto cabe decir que
el grado de irresponsabilidad está más presente en algunos individuos que en
otros), esto se refleja en que cuando
hablamos de algo que creemos que no debería ser así siempre hablamos en tercera
persona, donde no nos hacemos participes, como por ejemplo quién no ha
escuchado “Es que la gente no sale a la calle por más recortes que hayan”, por
supuesto esa persona no se incluye en el colectivo de ciudadanos pasivos.
Personalmente creo que carecemos
de esta facultad por el modelo empresarial que ha transcurrido a lo largo de la
historia de este país, la mítica figura
del encargado ha dejado poco pie a la responsabilidad individual de los
trabajadores, y en cambio ha potenciado la deslealtad entre compañeros,
premiando al chivato y desprestigiando al trabajador autosuficiente. El
problema es que este puesto de encargado está mal entendido, se ha implementado como un mero supervisor
más propio del control de presos, que del líder que se pone a dirigir haciendo
las mismas funciones que los trabajadores.
Esta carencia de
responsabilidades no se refleja exclusivamente a nivel personal sino que a
nivel institucional o burocrático es todavía, si cabe, más evidente. La organización territorial de nuestro país
es un instrumento que potencia este comportamiento, ante un mapa administrativo
(Estado, Comunidades Autónomas, Diputaciones y Municipios) con duplicidad de
funciones y con una hiperrepartición de funciones que facilita la debilidad en
la asunción de obligaciones. Estos entes administrativos en muchos casos
por desinformación de su propias funciones no asumen sus propias
responsabilidades y esto da lugar a situaciones donde todos nos habremos visto
reflejados alguna vez, en las que vamos de “ventanilla en ventanilla” sin que
nadie realice el procedimientos administrativo correspondiente sin antes haber escurrido
responsabilidades ante otros entes, hecho que provoca que el usuario se sienta más
participe de un sketch de Monty
Paython antes que del correcto funcionamiento de la administración pública.
He escrito sobre esta facultad de
la cual carecemos en el país, porque algo que me llegó durante la carrera de
Ciencias Políticas es que para el buen funcionamiento de los entes públicos (aunque
igualmente aplicable a empresas privadas) hay
que transmitir responsabilidades a los empleados y que estos las interioricen
como parte esencial de su trabajo, y para fortalecer este procedimiento por
supuesto tiene que a ver un buen director que sepa atribuirlas, y sobretodo que sepa juzgarlas como es debido,
porque lo que no puede seguir ocurriendo es que en una fallo de empresa o
administrativo, quien responde antes sus actos sin desimir responsabilidades
sea quien acaba mal parado ante el que se esconde entre el grupo.