viernes, 7 de febrero de 2014

“La culpa es del otro”

Hace dos semanas corrían ríos de tinta tras la dimisión del Presidente del F.C. Barcelona Sandro Rosell, tras la transferencia de Neymar una de las más comentadas de las últimas décadas con cifras y cláusulas hasta aquel momento desconocidas, y una denuncia por parte de un socio que llevó a Sandro Rosell a estar imputado, el hasta aquel momento presidente decidió dejar su mandato presentando su dimisión irrevocable. En este post no pretendo entrar en tal fichaje, ni en el proceso jurídico abierto, simplemente por una cuestión muy clara, no me parece realmente relevante en mi vida diaria. Lo que sí quiero sustraer de aquí es el acto de la dimisión, una acción muy poco practicada por políticos, aunque no por faltas de suplicas de los ciudadanos. Existiendo este reclamo popular para que altos cargos presenten su dimisión, me ha extrañado las suposiciones populares que se le han atribuido a que lo haya hecho Rosell, conjeturando que <<si dimite es porque algo habrá hecho, o algo tendrá que esconder>>, quizás este voz populi se deba al carácter intrínseco que tenemos todos los ciudadanos de este país de grandes opinadores indiferentemente de la materia que se trate, ya que en el caso de que no lo hubiera hecho también tendríamos juicio de valor diciendo <<que se agarra al cargo>>.

El acto de dimitir es quizás la culminación de la asunción de responsabilidad en un puesto, y aquí radica uno de los grandes problemas como sociedad que tiene este país, en el “ADN” de los españoles podemos encontrar grande virtudes pero la responsabilidad individual no es una de ellas, tenemos poco interiorizadas nuestras funciones como ciudadanos pero sobretodo a nivel profesional, así que a la mínima de turno intentamos escurrir el bulto hacia el de al lado (por supuesto cabe decir que el grado de irresponsabilidad está más presente en algunos individuos que en otros), esto se refleja en que cuando hablamos de algo que creemos que no debería ser así siempre hablamos en tercera persona, donde no nos hacemos participes, como por ejemplo quién no ha escuchado “Es que la gente no sale a la calle por más recortes que hayan”, por supuesto esa persona no se incluye en el colectivo de ciudadanos pasivos.

Personalmente creo que carecemos de esta facultad por el modelo empresarial que ha transcurrido a lo largo de la historia de este país, la mítica figura del encargado ha dejado poco pie a la responsabilidad individual de los trabajadores, y en cambio ha potenciado la deslealtad entre compañeros, premiando al chivato y desprestigiando al trabajador autosuficiente. El problema es que este puesto de encargado está mal entendido,  se ha implementado como un mero supervisor más propio del control de presos, que del líder que se pone a dirigir haciendo las mismas funciones que los trabajadores. 

Esta carencia de responsabilidades no se refleja exclusivamente a nivel personal sino que a nivel institucional o burocrático es todavía, si cabe, más evidente. La organización territorial de nuestro país es un instrumento que potencia este comportamiento, ante un mapa administrativo (Estado, Comunidades Autónomas, Diputaciones y Municipios) con duplicidad de funciones y con una hiperrepartición de funciones que facilita la debilidad en la asunción de obligaciones. Estos entes administrativos en muchos casos por desinformación de su propias funciones no asumen sus propias responsabilidades y esto da lugar a situaciones donde todos nos habremos visto reflejados alguna vez, en las que vamos de “ventanilla en ventanilla” sin que nadie realice el procedimientos administrativo correspondiente sin antes haber escurrido responsabilidades ante otros entes, hecho que provoca que el usuario se sienta más participe de un sketch de Monty Paython antes que del correcto funcionamiento de la administración pública.


He escrito sobre esta facultad de la cual carecemos en el país, porque algo que me llegó durante la carrera de Ciencias Políticas es que para el buen funcionamiento de los entes públicos (aunque igualmente aplicable a empresas privadas) hay que transmitir responsabilidades a los empleados y que estos las interioricen como parte esencial de su trabajo, y para fortalecer este procedimiento por supuesto tiene que a ver un buen director que sepa atribuirlas, y  sobretodo que sepa juzgarlas como es debido, porque lo que no puede seguir ocurriendo es que en una fallo de empresa o administrativo, quien responde antes sus actos sin desimir responsabilidades sea quien acaba mal parado ante el que se esconde entre el grupo.