Parece que el resultado de las
elecciones del 25 de Mayo iban en serio, el sistema bipartidista se tambalea y
con él la estructura de estado forjado desde la transición. Entre estos
elementos de estado se encuentra la
monarquía, cuya valoración por parte de la población española es la más baja
desde que fueran nombrados jefes de estado por el franquismo. Estos indicadores
sociales en referencia a la opinión pública muestran estos índices en gran
parte influenciados por escándalos familiares que han llevado a imputaciones de
hija y yerno, que se sumaron a los ya mencionados resultados electorales
europeos, esto condujo a tomar una medida de emergencia para girar el timón
a tiempo y evitar el iceberg que se empieza a visualizar a lo lejos en forma de
ruptura entre sociedad y estado. La
acción de cambio no se hizo esperar y una semana después de las elecciones el
Rey abdicaba, un hecho que no por más que meditado parecía que se hacía
apresuradamente, como si el Rey tuviera en mente el eslogan republicano de:
”Juan Carlos acelera que viene la tercera”.
Pese a que los medios convencionales intenten disuadir la causa mayor de
la abdicación con motivos totalmente secundarios, el nerviosismo generalizado
en la elite política es palpable y
este hecho lo refleja. El PSOE está en pleno proceso por buscar una nueva
identidad en el siglo XXI o simplemente sobrevivir, y el Partido Popular
intenta encontrar las reformas que no le hagan seguir perdiendo votantes. Por si no tuvieran poco con sus asuntos
internos les ha tocado llevar a cabo el proceso de proclamación del nuevo Rey,
aunque no parece que hayan tenido muchos quebraderos de cabeza con este hecho
salvo algún sector republicano del PSOE que apenas le han dejado tener cabida
en la luz pública y mucho menos peso a la hora de posicionar el partido.
El proceso desde la abdicación de Juan Carlos I hasta la proclamación
de Rey a Felipe VI ha sido propio de la democracia española, que no confundir
con democrático. Este método se caracteriza por no consultar al pueblo
nada, independientemente del tema que se trate y así sea tan relevante como la
jefatura de estado o la pertenencia a un territorio, la población no tiene el
derecho a votarlo, quizás piensen que después de 40 años la población todavía
no esté capacitada para tomar decisiones relevantes. Gracias al bipartidismo se
aprobó la ley orgánica que iniciaba el cambio de monarca, con abstenciones de
nacionalistas y votos en contra de la izquierda plural; quizás en un contexto
futuro donde se percibe que el bipartidismo pierde fuerza y aparecen nuevas agrupaciones
que no promulgan con la defensa monárquica a ultranza, un cambio de Rey en el
futuro hubiera supuesto un proceso bastante más largo y costoso para la Casa
Real, así que lo pretendían evitar a toda costa.
La voluntad era
iniciar un proceso rápido y lo menos doloroso posible para no seguir dañando la
ya maltrecha imagen de la monarquía española, pero pese a las prisas, a lo largo y ancho de España se inició una
reclamación a favor del referéndum donde decidir entre monarquía o república.
Quizás porque a este movimiento republicano le pilló a contrapié la abdicación
y tuvo poco tiempo para organizarse, las protestas carecieron de la fuerza que
requería el momento, no tanto por falta de apoyo sino por falta de tiempo y
atención de los medios.
El movimiento republicano carece de una
fuerza política que lo represente en el parlamento, salvo la Izquierda Plural
no hay representación del republicanismo en forma de grupo parlamentario, y
esto es muy relevante todavía para conseguir movilizar a la gente; ya que
puedes tener el apoyo de millones de ciudadanos pero si no consigues transformarlo
en fuerza política, la reivindicación carece de instrumento para alcanzar el
objetivo dentro de nuestro sistema político.
La proclamación de Felipe VI
siguió el curso deseado desde la Casa Real, intentando hacer de este acto una
muestra de fervor patriótico haciéndolo coincidir con el mundial. Con una
ceremonia más adaptada a los tiempos actuales y unas medidas de seguridad para
que nada se saliera del orden previsto, Felipe se ha convertido en el nuevo rey
de España. Ahora es el momento de ver si
sigue la tónica de su padre y actúa como mero embajador del país, o por el
contrario demuestra estar más activo en la política del país, que en buena
medida es lo que se le exige desde su nombramiento, y motivo por el cual se ha
adelantado su proclamación, para que sea el acto simbólico de un cambio de
la política del país y un acercamiento al diálogo, sobre todo con un jefe de
estado que sí habla la lengua catalana puede ser un actor de mediación aceptado
entre las dos partes. Ahora habrá que
ver si este papel lo sabe dirigir y los gobiernos lo saben aceptar, o
simplemente acaba siendo un actor estatal pasivo ante la realidad del país.