En pasados posts hablé de los efectos que ha traído internet al mundo de la
información, quizás en el terreno donde más influye la desinformación que expliqué, sean las redes sociales, las cuales son las actuales plazas mayor de
cualquier pueblo de siglos pasados, donde el primero en contar la noticia
sentía una gran satisfacción al ver que se propagaba lo explicado, sin importar
la veracidad de esto. El problema es que la información que surge en redes
sociales no se queda solo en tus conocidos más cercanos como en aquella época, actualmente
nos encontramos con un flujo de publicaciones inimaginables hace unos años, que
da la vuelta al mundo en apenas horas.
Las redes sociales han tenido un
crecimiento exponencial en apenas diez años, tanto en número de usuarios que la
utilizan como en el valor económico como empresas, tanto Facebook, Twitter y Google cotizan en bolsa, y aunque su
rendimiento en el mercado bursátil no es todo lo bueno que se esperaba, el
capital de sus empresas sí ronda valores astronómicos propios de grandes empresas
con décadas de beneficios. Ahora bien si
sus servicios son gratuitos ¿de dónde sacan estas empresas beneficios?
Ellos alegan que gran parte de su enriquecimiento se debe a la publicidad, pero
realmente una empresa no hace una fortuna solo con este recurso económico. El
problema es que la fuente de ingresos mayoritaria es mucho más oscura como para
hacerla pública. Solo hay que pensar en el único recurso del que disponen a
partir de hacernos usuarios o buscar en sus portales, nuestra información (publicaciones, datos de registro, datos
confidenciales, conversaciones privadas…). Actualmente la información de
las personas es uno de los bienes más
cotizados, tanto por empresas privadas como por gobiernos, cada una la requiere
para distintos fines, pero muy poca es utilizada para el beneficio de la propia
persona.
Todas estas empresas de nueva generación han reconocido la venta de
información de sus usuarios a distintos
gobiernos que la solicitan alegando motivos de seguridad, pero el uso que hacen
de ella va más allá de la simple vigilancia, la cual llega a convertirse en un
estricto control de la intimidad indiscriminadamente. En cambio dichas
empresas son más reticentes a la hora de reconocer la venta de información de
todas sus cuentas a empresas privadas, pero este hecho se demuestra en la
cantidad de fondos privados que reciben de diversos sectores empresariales:
aseguradoras, clínicas privadas, agencias de viajes, medios de comunicación… Todos estos sectores realizan inversiones
en Facebook, Twitter o Google buscando unos beneficios que se materializan de
dos formas, la primera es la lógica y directa, es el típico rendimiento
económico del cual obtienen beneficios en forma de capital, y la segunda es
indirecta y más oculta, por la que estas empresas reciben toda aquella
información de ciudadanos que son clientes de redes sociales, para la
utilización en sus fines empresariales, realizando así un estudio de mercado y
un seguimiento de sus clientes mucho más verídico y por lo tanto eficaz.
Dos ejemplos verídicos para reflejar esta realidad:
Gobiernos: Actualmente las
redes sociales sirven de sustituto de los antiguos espías de servicios de
inteligencia, ahora si alguien resulta molesto para un gobierno solo hace falta
buscar su actividad en redes sociales o conversaciones privadas, para encontrar
aquel elemento comprometedor que sirva de herramienta para el chantaje y
mantenerlo alejado y/o callado.
Empresas: Centenares de
personas han presentado denuncias al darse cuenta que sus aseguradoras les
habían aumentado el precio de sus recibos, cuando pidieron explicaciones ante sus
empresas de seguros se dieron cuenta que estas conocían de su propia
información sin que ellos se la hubieran notificado, esta la habían conseguido
teniendo acceso al historial de sus búsquedas y a publicaciones en redes
sociales, por lo que no requieren de más pruebas.
Al conocer todo este entramado,
uno se pregunta ¿Por qué sí hay pruebas de estos hechos no se les pueden
condenar por la utilización que hacen de algo privado? La respuesta es clara a
la vez que preocupante, no hay delito si hay consentimiento para que se
produzca la acción, y en este caso nosotros les autorizamos para que hagan lo
que convenga con nuestros datos en el mismo momento que “leemos” y firmamos la
política de privacidad, en todo ese texto interminable y propio de una cláusula
hipotecaria, encontramos fragmentos donde legalizan estas acciones. Y aquí es
donde radica el problema porque si al
vacío legal que existe en el mundo de internet donde de momento no existe una
jurisdicción a la que ceñirse para condenar delitos, le añadimos la falta de
escrúpulos que existe actualmente en el mundo empresarial donde lo que prima es
el máximo beneficio por encima de cualquier valor ético, obtenemos como
resultado este flujo oculto de información entre empresas y gobiernos, mientras
los usuarios nos sentimos realizados al compartir con amigos públicamente, vía
redes sociales: nuestras preocupaciones, intereses, opiniones, condiciones
laborales y sentimentales, o cuando en portales a los que otorgamos falsa confianza
introducimos datos que no le daríamos ni a nuestros mejores amigos, en especial
los bancarios con los que nos podrían desplumar en un segundo. Si el siglo XXI que está construyendo la
interrelación entre personas de todo el
mundo mediante redes sociales sirve para que empresas puedan tener mayores
beneficios, y los estados nos tengan mucho más controlados en base a sustraer
nuestra privacidad, recuperaría a Groucho Marx para decir: ”Paren el mundo que yo me bajo”.
Félix Valle