La democracia ha sido definida a lo largo de la historia por diferentes autores y corrientes
de pensadores, de los primeros fueron Platón y Aristóteles, los cuales la
consideraron como <<el gobierno de la multitud>> y <<el
gobierno de los más>>, respectivamente. Pero Platón dudaba de la democracia, y señaló algunas críticas de esta en sus reflexiones
como “la masa popular es asimilable por
naturaleza al animal esclavo de sus pasiones e intereses pasajeros; confiarle
el poder es aceptar la tiranía de un ser incapaz de la menor reflexión y rigor”.
Uniendo ésta a otra serie de interpretaciones, su pensamiento sobre este modelo
de estado indica que la democracia es ingobernable, impulsa la tiranía y la
inmoralidad de cada uno. Como contraposición de esta definición profunda y
analítica de democracia, tenemos la fría y desapasionada que hace el
diccionario de la RAE,
calificándola como: “1.Doctrina favorable a la intervención del pueblo en el
gobierno 2. Predominio del pueblo en el gobierno político de un estado”.
Cabe decir que cuando hago
referencia a democracia, no me refiero solo a votar (derecho que considero
fundamental), sino englobo el conjunto de instituciones del estado, mecanismos de representación, funcionamiento del
sistema… Aquí no entro en el estudio de ésta, sino en la visualización o
sentimiento que parece tener la sociedad actualmente de ella. Para poner en
situación diría que: “esta doctrina es como el estreno de un
coche, al principio todo son experiencias positivas y no percibes fallo, pero
con los años aparecen las averías y empiezas a dudar de que tu coche tenga los
mejores mecanismos del mercado”.
El título, de manera irónica, pretende transmitir el sentimiento de gran parte
de la sociedad ante la democracia, basándose en la concepción histórica de este
modelo como forma de gobernar, donde el poder reside en el pueblo, pero
actualmente la gente no percibe que ese poder lo tengan ellos sino una élite, y
no precisamente de sabios (como defendía Platón), sino más bien económica y
política.
La democracia durante la guerra
fría no tenía competencia, era estar dentro de la hegemonía mundial o
pertenecer al bloc soviético, así que España tras la dictadura y una transición,
pensando más en solucionar el conflicto de aquel momento que en el futuro,
estableció una democracia electoral como en buena parte de los países
neoliberales, infundiendo que era la única vía de progreso (E. Hobsbawm).
Con el transcurso del tiempo la euforia
democrática se fue evaporando y empezaron a surgir los problemas intrínsecos
del sistema, en parte por la configuración de éste y en otra por aquellos que
la han manejado. Hasta llegar a la actualidad donde la percepción de
desgaste que sufre la democracia en nuestro país empieza a rozar índices
preocupantes, en 2012 la valoración de la población española sobre su sistemademocrático era de 5,8; medio punto menos que en 2008.
En esta disminución han intervenido diferentes factores que siguen estando a la
orden del día como: la corrupción, la lejanía de los partidos, la injerencia de la Unión Europea en política nacional, el
funcionamiento del poder judicial, la presencia del poder económico en la toma
de decisiones políticas…
Todos en mayor o menor medida
percibimos los problemas del sistema en el transcurso de los días, y culpamos a
los políticos actuales así como a los que forjaron el sistema. Pero esta
crítica aunque no carece de razón, peca de irresponsable, si antes la sociedad no
asumimos culpas. La población española
quizás hasta el inicio de la crisis estaba adormecida democráticamente por el
resplandor económico, limitándose a votar en las elecciones, poniendo poco
hincapié en los fallos del sistema democrático. Fue con la pérdida de esta
situación económica y las reformas políticas recientes que se impulsaron las
voces críticas contra el sistema y el rumbo que éste está tomando: un
blindamiento de los poderes estatales y fácticos, que imposibilitan la asunción
de responsabilidades y el justo proceso judicial por ello. Estas reclamaciones
han intervenido en el declive de la valoración democrática al cambiarse por
completo la mentalidad de la gente respecto al pasado. A finales de la dictadura la gente tuvo una actitud ofensiva y
ambiciosa por conseguir aquello que les había sido robado durante cuarenta
años, democracia y con ella la libertad; pasado otros cuarenta años de aquel
momento y acostumbrados a vivir en los logros de aquel reclamo popular, nuestra
actitud es defensiva, ya que luchamos por no perder los elementos de nuestro
sistema, aunque empiezan a surgir algunas voces que introducen en el vox populi elementos que podrían
enriquecer nuestra democracia.
Aquel elemento reclamado, más
directamente relacionado con la <<democracia electoral>> de la que
nos habla Hobsbawm, es una mayor participación ciudadana en la toma de
decisiones, tanto en la posibilidad de que las proposiciones de ley ciudadanas
tengan un cauce más fluido como un mayor número de referéndums, una práctica
muy poco extendida en nuestro país; este mecanismo debería estar bien regulado
para no caer en una saturación de éstos, como en el caso de Suiza. Ante una
mayoría absoluta como la actual parece más necesaria que nunca esta
posibilidad, ya que la la toma de decisiones es unilateral, confundiendo por parte del gobierno mayoría absoluta con absolutismo.
Quizás por el contexto actual que
vivimos también se requiere un refuerzo de la separación de poderes para
acercarse aquello que planteaba Rousseau. El
poder judicial es percibido como una institución donde cada partido intenta
influenciar con más fuerza que el resto, este hecho tiene su máxima
expresión en el nombramiento de los jueces del Tribunal Constitucional y
Consejo General del Poder Judicial, donde los partidos designan a parte de sus
miembros. Junto con esto, eliminar los
indultos parece fundamental, este es un mecanismo que ya no tiene cabida en una
democracia del siglo XXI y el único uso que se le está otorgando ha sido el
de librar de las condenas a gente afín al partido o la que anteriormente había
realizado algún favor a este.
Si la democracia actual de España
no se renueva y mejora, la desafección con el sistema va a perdurar, y el
problema es que no hay ningún sistema alternativo que haya tenido éxito. La democracia sin duda es el camino para el
progreso y la libertad, pero es un camino que necesita irse restaurando, ya que
por sí solo no se regenera. Pero en esto Platón parece que no se equivocaba
el hombre se mueve por sus intereses
personales, y hasta que eso no cambie y se mire el beneficio colectivo nuestra
democracia seguirá perdiendo crédito, y éste como todo recurso no es
infinito.