El agotamiento del debate público sobre el 9N ha convertido en que este
día sea esperado como uno de los más ansiados de la historia reciente de
Cataluña, no sé si tanto por su repercusión a la práctica sino por la necesidad de cambiar el marco sobre el que
giraba hasta este día el proceso soberanista, y así empezar a elaborar un
plan que vaya más allá de la fecha fijada, que a la larga se ha visto que fue
un fallo estratégico porque limitó en espacio temporal la hoja de ruta.
Hemos llegado al 9N quizás con un
escenario y circunstancias que nadie en Cataluña quería por su poca viabilidad.
Lo que vaya a suceder el 9N sin ser lo que Artur Mas tenía en mente, va a ser
al único que le sirva para cumplir con su promesa de convocar una consulta,
y aplazar hasta las elecciones el juicio de la sociedad catalana sobre la
dirección que ha llevado de este tema. El
proceso participativo que se va a celebrar gozará de relevancia internacional
por su movilización social porque pondrá de manifiesto la voluntad de gran
parte de la población de Cataluña, se estima que el 80%[1]
quiere votar la relación que deben tener con España. Pero en cambio dejará entrever la carencia de los métodos empleados,
hablar de este proceso como consulta es faltar al rigor, este acto del 9N que
se sustenta por la gran voluntad e implicación de los voluntarios de la Asamblea Nacional de Catalunya no cuenta
con criterios legales básicos para su reconocimiento, tiene fallos de: neutralidad institucional, falta de periodo para el debate donde se postulen las diferentes opciones con igualdad y no discriminación, y mecanismos para garantizar la fiabilidad de la votación y recuento de votos.
Desde España siguen mirando a
este proceso como si fuera el capricho de cuatro independistas con los que
llegó tarde la voluntad del ministro Wert de españolizarlos. Y esto va mucho
más allá cuantitativamente, sobretodo cada vez que un miembro del Gobierno de
España se pronuncia sobre el tema. Este Gobierno ha hecho un claro abuso de
poder que atenta contra la separación de poderes, ya bastante difusa en España,
utilizando al Tribunal Constitucional como un órgano de poder más para tumbar
la convocatorias de consultas que salían desde el órgano legislativo de
Cataluña. Con estos hechos hemos llegados a un 9N donde parte de la
sociedad catalana tiene miedo a posibles represalias jurídicas y/o
administrativas por ser participe en el acto ya sea como voluntario o como
simple votante, potenciado por el traspaso de toda responsabilidad de Mas a los voluntarios. Este
sentimiento por vincularse o participar en unas votaciones jamás se pueden dar
en un país democrático, quizás el
Gobierno del Partido Popular deba pasar un control parlamentario y judicial por
haber cruzado ciertas líneas democráticas, algo de lo que tanto acusan a
dirigentes políticos catalanes.
Hacer comparaciones radicales es
inherente a los extremistas de cada bando, aquellos que tienen másters en hacer
relaciones absurdas entre aquellos que son opuestos a su ideología con los nacionalsocialistas
alemanes que se alzaron con el poder en 1933. En cambio sí se puede afirmar que este proceso ha dividido o al menos posicionado de una manera más clara en el eje nacional a la sociedad catalana. Esta realidad no tiene por qué entenderse como negativa sino como una
materialización del principio causa-efecto que surge del nacimiento de
cualquier debate político, en este caso de la relación Cataluña-España a raíz
de ciertos conflictos políticos, del cual se marca como punto de partida la
sentencia del Tribunal Constitucional contra l’Estatut de Catalunya.
Aunque parezca difícil de
imaginar a día de hoy después del 9N hay vida, y el proceso seguirá ocupando
portadas hasta que no haya voluntad desde ambas partes por negociar una fórmula
para elaborar una consulta que sea reconocida internacionalmente, y donde cada
opción a la pregunta pueda elaborar su proyecto: de país, de federalismo o de autonomía.
Sin olvidar mientras tanto que los
problemas económicos, sociales e institucionales siguen su curso
independientemente a este debate y que no hacerles frente es una omisión de
responsabilidad, así como pensar que la resolución de este tema arregla todos
los demás.
Espero que el 10N no nos tengamos que avergonzar de pertenecer a un país, que no es capaz de poder sacar adelante un proceso participativo que tiene que ser amplio e inclusivo, o que no sabe respetar la voluntad popular de una parte de su población creando escenas propias de otra época histórica.
Espero que el 10N no nos tengamos que avergonzar de pertenecer a un país, que no es capaz de poder sacar adelante un proceso participativo que tiene que ser amplio e inclusivo, o que no sabe respetar la voluntad popular de una parte de su población creando escenas propias de otra época histórica.
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